La muerte trágica del novelista islandés, Thor Vilhjalmsson
Unas semanas o tal vez habían pasado meses antes de su muerte Thor Vilhjalmsson,
el novelista islandés había decidido realizar un viejo sueño y hacer realidad su
ilusión de salir de Islandia en primavera con el fin de emprender un peregrinaje
por los Pirineos hasta Santiago de Compostela, siguiendo el camino que lleva el
nombre del santo: el Camino de Santiago. En eso respetaba la tradición, de la
misma manera como lo habían hecho antaño los caminantes y ahora incluso los
laicos y aventureros modernos, se apoyaba en un largo bastón de tosca madera.
Según parece, el novelista hizo su peregrinaje sobre todo para poner a prueba la
fortaleza de su cuerpo o lo hacía simplemente para demostrar a si mismo y a
otros muchos que a pesar de sus años, todavía podría resistir un esfuerzo tan
duro como a una persona le hace falta tener para llegar al destino después de
haber subido altas montañas, bajado por valles profundos e incluso cruzar
bosques espesos.
Para su placer intelectual tenía mucha ilusión de encontrarse, en las fondas, en
las verdes llanuras y en la traicionera neblina de los páramos, con forasteros
de todas las nacionalidades que hay en el mundo, caminantes ilusionados como él,
gente de lenguas distintas: encontrar en el Camino de Santiago la poesía
multilingüe humana.
Todo eso formaba parte de la naturaleza, la fantasía y el carácter del novelista
que estaba a punto de cumplir 85 años. Era un aventurero innato, intelectual,
persona sociable de trato amable y conocedor de lenguas extranjeras que le
gustaba practicar, si se le prestaba la ocasión, y de tal manera lucirse un
poco. Era ciudadano de una isla aislada “en el fin del mundo”, una isla extraña
escasamente poblada y realmente poco conocida si no por su nombre latino Ultima
Thule o el nombre más tardío: La boca del Infierno debido a sus constantes y
fuertes erupciones volcánicas.
Seguir el Camino de Santiago dudosamente tenía motivos religiosos ya que la
única fe que profesaba aparentemente no tenía relación directa con alguna
religión institucional o de iglesia, definida y clasificable como tal. Tenía
otra fe laica, muy personal y asimismo profunda, era la noble fe en las artes
con su naturaleza ilimitada basada en la belleza cósmica.
A Thor le acompañaba durante su caminar un cineasta, amigo suyo. Lo hacía con la
intención de documentar fielmente para la TV la relación del novelista consigo
mismo y el paisaje, hacer rodaje y grabar sus encuentros con gente diversa
durante el largo viaje que, por otra parte, sucedió sin accidentes graves. Todo
parecía a un logro milagroso. Únicamente el novelista se había puesto enfermo
una vez, tuvo entonces que guardar cama unos días, pero sin grandes
consecuencias. Se levantó y se puso en el camino.
Luego no hubo más agotamiento, aparentemente gozaba de buena salud, tal vez
gracias a su disciplina, durante años había practicado el judo u otro tipo de
gimnasia oriental que tienen la facultad de inspirar la mente, agudiza el
pensamiento e insinúa y casi promete a sus practicantes tal vez no vida eterna
sobre la tierra sino por lo menos larga. Su apego al deporte demostraba que le
gustaba la vida en todas sus expresiones. Eso era obvio cuando se le prestaba la
ocasión: por ejemplo iba a todos los actos relacionados con las artes, que
fueran oficiales o no. Así que no faltaba nunca a inauguraciones de exposiciones
de pinturas etc. Usaba los encuentros multitudinarios para conversar con todo el
mundo, gesticulando ampliamente y soltando carcajadas. Era una persona
carismática y de aspecto llamativo. Su pelo aparentemente no se dejaba dominar
por el peine, tenía “pelo en libertad” digno de un gran novelista del siglo 19,
pero no llevaba barba. Era muy fotogénico, “chupaba cámaras” como lo dicen los
españoles y siempre atraía a gente diversa por su manera de relacionarse. Lo
hacía de la misma manera que lo hace un hombre del pueblo, desordenadamente y
frecuentemente sin ton ni son. Sus actuaciones y diálogos eran demasiado
teatrales para sus compatriotas debido, como lo decían, a sus exuberantes gestos
a lo italiano.
Todo eso formaba parte de su dinamismo, su arte vital, de el de ser un artista,
un novelista egocéntrico, no apreciado como tal ni por sus compañeros de letras
ni por la sociedad islandesa. Era un hombre clásico de letras. Era como las
obras maestra que pocos leen, pocos comprenden pero sirven de guía y guardián
contra la invasión de lo fácil y mediocre. Por todo eso se repetía que era
sencillamente y nada más que histriónico a lo italiano.
No sé si Thor Vilhjalmsson era un personaje a lo italiano ya que para mi la
literatura italiana moderna está llena de gente triste y solitaria. Thor era
distinto, en el fondo muy islandés: un hombre de palabras, de mente flexible
pero a la vez estrecho. Le limitaba complejo de persecución, debido tanto a su
origen de ser vástago de una familia, Los Thors, que en su tiempo no lejano
había sido la más poderosa y rica de Islandia, pero también le pesaba y le
limitaba el hecho que era distintos a sus envidiados y admirados antepasados
ricos y poderosos, nunca había logrado la fama por ser un escritor popular.
Muchos de sus compañeros de letras actuaban en contra suyo y lo odiaban. Sufría
por lo tanto de muchos perjuicios, tanto por su origen familiar, el hecho de ser
uno de Los Thors como por su manera de ser un hombre mundano. Lo que no le
ayudaba en nada era que durante entrevistas televisivas o charlas culturales
aparecía como hombre de opiniones contradictorias y este aspecto por su parte
confundía a la gente de tal manera que muchos no lo comprendían, no comprendían
su iluminación. Thor era ebrio de fantasías que no eran payasadas a la italiana
sino todo lo contrario, eran tal vez las de elfos de pura cepa islandesa.
En una sociedad estrecha como la islandesa muchos le tenían envidia por su
conocimiento de lenguas y literatura de países distintos, sudamericanos,
norteamericanos y europeos, tanto del norte como del sur. Thor no hacía nada
para esconder su superioridad, sus facultades, las demostraban a veces sin
piedad. Hacía mal de no tenerse bajo control. Con los años lo gracioso que era
se convertía en un hombre de imparable tautología que caracteriza los viejos que
muchas veces en su loco deseo hacen todo para mantenerse siempre dinámicos y
joven. Generalmente, esto es simplemente demostración de la soledad de personas
que tienen constantes monólogos interior, como en el caso de Thor, él dialogaba
con el universo de la creatividad que no tiene patria, su patria está de ninguna
parte y de todas partes.
Ahora con todo eso llegaba su fin, la muerte inesperada pero en cierto sentido
en armonía con su manera de ser. La crueldad de la vida es así: consiste en que
la vida finalmente toma venganza de si misma.
El día de su muerte, el novelista Thor Vilhjalmsson, había ido por la tarde a
ver a su editor para hablar de asuntos relacionados con futura edición de sus
libros que siempre, menos una vez, había sido una tortura no numerativa.
Resulta que unos años antes, el editor había emprendido su viaje a los Pirineos
para subir montañas, respirar el aire puro de los picos altos con la intención
de mantenerse joven y volver dinámico a la oficina. Así que estos dos tenían a
lo que a eso se refiere mucho en común.
Después de haber entrado los dos, el editor y el autor, en una larga y animada
conversación sobre la salud, al editor le llegó la generosidad, decidió
reimprimir algunos libros de su autor como libros de bolsillo.
Eso inmediatamente levantó el espirito de Thor. Por ser hasta ahora “no vendible
en el mercado” no había reimpresiones de sus libros. Con su edad, por fama del
peregrinaje por el Camino de Santiago acompañado de un cineasta y la publicidad,
sus cumpleaños dentro de pocos meses, todo obraba en su favor. Era en momento
idóneo para lanzar sus libros al mercado.
Durante varias horas los dos estaban en las nubes, metidos en conversaciones
amenas. Apretaba la tarde. Todo era suavidad y colores distintos que
caracterizan el crepúsculo en Reykjavík. Lentamente se oscureció, declinaba la
luz del día y Thor en su alegría decidió despedirse de su editor para ir al
centro de World Class al lado de la piscina más grande de Reykjavík. Era el
gimnasio mejor que disponía de todos los instrumentos para fortalecer el cuerpo,
para mantenerse joven, en forma; era un lugar ideal para terminar un día de
ilusiones cumplidas.
No se sabe cuanto tiempo Thor Vilhjalmsson estaba ocupado usando los
instrumentos haciendo práctica, pero finalmente habrá decidido ir a la sauna y
limpiar el cuerpo y la mente antes de irse a casa y dormir preparándose con
dulces sueños para un nuevo día fructuoso.
Pero entonces encontró la muerte.
Curiosamente, esta tarde el gimnasio cerró sus puertas sin que nadie hubiera
pasado por sus dependencias para ver si todo estaba vacío de gente, que no había
nadie allí dentro. Eso decía el reglamento que había que llevar cuidado de
registrar la sauna, el calor puede llegar a ser peligroso.
No registraron nada.
Otra cosa curiosa: según parece en su casa no habrían notado la ausencia del
amo.
Temprano a la madrugada al día siguiente cuando el centro de salud, World Class,
abrió sus puertas y los empleados de limpieza entraron en el vestuario de la
sauna notaron que allí estaba colgadas en las perchas pantalones, camisa y
americana, y debajo de la repisa unos zapatos. La noche anterior los sanitarios
y “los profesores de salud” no habían visto a nadie huir tal vez borracho y
desnudo del Centro, así que abrieron la puerta de la sauna. Allí encontraron
muerto sobre un banco a Thor Vilhjalmsson, el admirable novelista que en su
tiempo había renovado y dado vida a las estancadas letras islandesas.
Esto es lo que me han contado con muchos detalles personas que pretenden conocer
el caso.
G. Bergsson